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No se puede cuidar lo que no se conoce y, en ese sentido, Colombia tiene grandes retos ante la exploración y valoración de su geodiversidad. A través de exploraciones de campo y conversaciones con comunidades, el semillero de Geología Ambiental de la Facultad de Minas analiza el riesgo de degradación del patrimonio geológico de algunas zonas de Antioquia, para crear sinergias comunitarias y establecer prácticas de sostenibilidad en el turismo de sus municipios. 

 

 

 

La interacción con las comunidades que habitan los paisajes geológicos de Antioquia ha sido una de las piedras angulares de la misión del Semillero de Geología Ambiental del Departamento de Geociencias y Medio Ambiente. Sus integrantes no se limitan a los saberes matemáticos o algorítmicos, sino que han tomado la conexión con territorios rurales y personas que lo cuidan como una vertiente de su proceso de formación. La premisa es proteger los elementos geológicos con valor patrimonial mediante la educación y la construcción de alternativas sostenibles de turismo.

 

“Colombia y Antioquia tienen una línea estratégica en turismo comunitario. Y ese turismo, cuando es de naturaleza o ecológico, incluye geositios que tienen un potencial altísimo, como la Piedra del Peñol, el volcán de lodo de Arboletes o las Cuevas del Esplendor en Jardín. El problema es que muchas de estas zonas están completamente desatendidas, cada vez llega más turismo de manera informal, y las comunidades no están preparadas para atender ni orientar esa visita. Hay desconocimiento, y eso es una amenaza enorme”, afirmó Albeiro Rendón Rivera, profesor del Departamento de Geociencias y Medio Ambiente de la Facultad de Minas y líder del semillero de investigación.

 

A partir de esta preocupación nació un proyecto de investigación que aprovecha la plataforma Antioquia es Mágica, que reúne las ofertas turísticas de los 125 municipios del departamento. De ellas, los estudiantes eligieron diez sitios emblemáticos para analizar su riesgo de degradación e identificar amenazas tanto al entorno natural como al elemento geológico. La experiencia en campo ha sido reveladora: en una de las visitas a la vereda El Peñón, del municipio de Entrerríos, los habitantes de la zona afirmaron que no querían que este lugar fuera turístico porque asocian el fenómeno con inseguridad y contaminación, porque muchas personas que llegan al Peñón dejan basuras o dañan los espacios.  

 

Dos leyes regulan el patrimonio geológico y paleontológico en Colombia: el Decreto 1353 de 2018 y la Resolución D-192 de 2022. Estos promueven su conservación, investigación y difusión. “En nuestras salidas de campo observamos múltiples factores: quiénes están en el poder en esos lugares y qué tanto quieren cuidar sus entornos, algunas son iniciativas privadas, otras de entidades públicas; otros no los están cuidando, pero sí usando turísticamente, hay otros que simplemente los tienen abandonados o no le dan como la importancia, entonces más allá de las leyes colombianas que protegen el patrimonio geológico, el conocimiento y valoración que las personas tengan de sus territorios es fundamental”, declaró Liced Pulgarín Zuleta, estudiante de séptimo semestre de Ingeniería Geológica e integrante del Semillero.

 

 

Anécdotas que iluminan las prácticas

 

La labor del semillero, que en la actualidad está integrado por 12 estudiantes, va más allá del trabajo de campo: se colectan entrevistas grabadas, archivos fotográficos, revisiones bibliográficas, análisis de planes de ordenamiento territorial y estrategias turísticas municipales; con el objetivo de sistematizar toda esta información y eventualmente ofrecerla en una plataforma abierta al público. Algunos integrantes se enfocan en patrimonio geológico, otros en gestión del riesgo, pero todos comparten una motivación común: la posibilidad de hacer ciencia con propósito social.

 

Las anécdotas y las conversaciones han sido fundamentales para diagnosticar en entorno de los sitios geológicos. “Uno de los momentos más significativos ocurrió al tocar la puerta de una antigua casa campesina. Nos abrió una señora y nos dijo: ‘¡Ay, ustedes son de la universidad, qué maravilla!’ Y nos quedamos cinco horas en esa casa de 170 años. Nos contó la historia de su familia y del Peñón de Entrerríos, el vínculo emocional que tienen con ese lugar. Eso no está en ningún libro. Esa riqueza cultural oral es parte esencial del trabajo que estamos haciendo”, indicó Rendón Rivera.

 

Esa comunidad rural, por ejemplo, ya está tomando cartas en la protección de sus lugares turísticos a través de su Junta de Acción Comunal para desarrollar herramientas y acompañamientos; sin embargo, el equipo ha observado que, por ejemplo, en muchos otros lugares no hay ni una señal ética o educativa para visitantes. No hay vallas que narren cómo se formó el sitio geológico, tampoco avisos para que no depositen en ellos las basuras.

 

“La amenaza más repetida que han identificado en los territorios no es natural, sino humana: el desconocimiento de los elementos que viven en sus territorios. Queremos empoderar a comunidades que están cuidando estos sitios, pero que necesitan apoyo institucional para lograr un turismo sostenible que no los destruya a futuro. Para todo esto proyectamos la construcción de guías y estrategias conjuntas para que cualquier ciudadano pueda consultarlas; que sea un aporte de la Universidad Nacional al país”, añadió Rendón Rivera.

 

Río Claro, en el oriente antioqueño, es otro lugar con un valor geológico inmenso en el que este equipo ha desplegado su trabajo. “Aunque este es propiedad privada, ha sido protegido con dedicación por Don Juan, un señor que ha vivido allí toda su vida. Nos contó que llegó cuando era joven, habitó el lugar con su familia y, al darse cuenta del valor tan especial que tenía Río Claro, sobre todo estando tan cerca de las cementeras de Argos, decidió entregarse completamente a su cuidado. Literalmente ha puesto el alma en proteger ese territorio”, narró Liced Pulgarín Zuleta.

 

Pero la iniciativa del semillero tiene más antecedentes. Entre 2016 y 2017, realizaron una exploración en el corregimiento El Prodigio, en el municipio de San Luis, donde diseñaron, con participación comunitaria, una ruta geoarqueológica. Fue un trabajo articulado con Antropología de la Universidad de Antioquia, grupos ecológicos y la comunidad. Esa ruta hoy es una referencia turística y fue un punto de partida en este camino de patrimonio geológico y geodiversidad.

 

El impacto de estos trabajos crece con el tiempo, como experiencias que no solo forman geólogos, sino ciudadanos críticos, comprometidos con su entorno. Su práctica investigativa demuestra que la ciencia no tiene que estar alejada de la realidad social ni de los conocimientos empíricos de las comunidades, y que el conocimiento compartido con propósito puede ser un agente de cambio.

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